miércoles, 14 de noviembre de 2007

Jornada

6:15 am. Corro a montarme en el autobús (Dios nos libre de salir un minuto tarde en Caracas). Voy ya entre Rubén prometiéndole flores a María Lionza a todo volumen, una señora a la que el sueño le ganó la batalla y dos “camisa azul” detrás de mí (una está muy preocupada, no tiene con quien dejar el chamo mañana y hay prueba de Química. ¿Será que el viejo se la cambia?). Entre cada “Señor, ¿está va pa` Quinta Crespo?” y “¿pasa por Capitolio, jefe?” se va reduciendo el espacio.

7:05 am. Da igual que hayan pasado 50 minutos y solo 10 cuadras (si hubiese salido un minuto antes). Con aquella angustia a saltar 20 personas, con desprecio me aceptan el ticket y no sé que tocó primero, si mi pie el suelo o el de él el acelerador.

12:45, MEDIO DÍA. En mi casa, frente al televisor, me pregunto ¿en que escala entran una niña de 15 años que es madre, diez ascensores para que funcionen cuatro, malabarismo en el semáforo y en la puerta del comedor, en un país donde la presidenta del Tribunal Supremo de Justicia atiende el teléfono en cadena nacional?

9:45 PM. Quiero dormir sin Baduel, sin Goicochea, sin Luisa Estella Morales, sin ascensores, ni capitolios. Programo el despertador 15 minutos más temprano y me duermo trararíando: “a toda la gente allá en los cerritos que hay en Caracas protégela…”