domingo, 7 de agosto de 2011

Santiago

Santiago despertó desconcertado, no podía recordar lo que había pasado la noche anterior, ni se le venía a la cabeza alguien a quién preguntar; pero se sentía bien, mejor que cualquier otro día de su vida, era algo indescriptible entre libertad y aceptación. Intentó levantarse a cumplir con la rutina de cada día, pero ¿Qué día era?, ¿De qué mes?, ¿De qué año?, no tenía idea… Decidió, ahora sí, pararse de la cama y sintió cómo sus pies no tocaban el suelo, o al menos él no lo sentía. Era como si se hubiera perdido un poco la gravedad.

Santiago decidió no entrar en pánico y caminó, más bien se deslizó, hasta el baño. Parado frente al espejo esperó un largo rato para encontrar el valor y abrir los ojos, sentía que algo pasaba, tenía miedo de abrirlos y no encontrarse en el reflejo… Logró hacerlo, y ahí estaba, todavía era él, un poco borroso, aun existía…

Ya en la cocina, el olor a café puso a Santiago a pensar en tantas cosas que jamás había tomado en cuenta, en esas mañanas tristes de panaderías, en las tardes solitarias desde el balcón, en toda la gente que lo iba a extrañar, con un simple presentimiento de que estaba por partir, pero no sabía hacia donde… Se levantó de la silla, se sirvió otra taza de café, encendió un cigarrillo , se asomó a la calle y no sintió el ruido atormentante de los carros y la gente, no sintió el olor a vida, no había dolor, ni alegría, sólo la infinita sensación de la nada… Estaba ahí, parado, flotando en el medio del balcón, por primera vez sin pensar, con la vista en el vacío y la mente en blanco, y entonces, en ese instante, Santiago se dio cuenta de lo que le estaba sucediendo. Ya había llegado su momento, ya no había vuelta a atrás, ya estaba desapareciendo. Se dio cuenta de lo solo que estaba y no necesitó a nadie. Volvió a la cama, se acostó, cerró los ojos, y se dejó llevar… Y ahí los sintió, los últimos, los mejores, los momentos más felices de su vida, para siempre…